Mi vecina Dominga
Por Andrea Fabiola Diaz-Muñoz Bagolini.
Dominga acostumbraba a pasear en su antejardín. Hace años que la veo desde mi ventana y sin duda, ha cambiado. Antes no usaba bastón, su pelo no era blanco, pero mantiene su devoción por cuidar su huerta y su jardín. ¡Con que esmero lo hacía, podía pasar todas las mañanas en esa labor! Siempre acompañada de Néstor, su esposo con el que había vivido desde que se casó ya hace sesenta años.
Nunca pudieron tener hijos, no supe por qué. Lo que ella lamentaba y comentaba habitualmente cuando uno salía de la casa y pasaba frente a la suya, era que cuando hace un par de años Néstor murió, ella se quedó sola. Pero esa soledad era la que la impulsaba día a día a seguir valiéndose por sí misma. Era usual verla llegar en su Datsun del año 80 del supermercado, dándose todo el tiempo del mundo para bajar las bolsas y llevarlas a su casa. No se cambiaba de barrio ni menos se iba a una residencia de adulto mayor, pues decía que su padre le había construido esa casa y que jamás le había tenido que “cambiar una teja”.
Un día sin esperar invitación llegó a nuestro país la crisis de la pandemia del coronavirus. Dominga no entendía mucho al comienzo sobre este extraño virus aunque se hizo experta del tema viendo el noticiero de las ocho y media. Sabíamos que siempre veía las noticias pues ya que había perdido un poco la audición, el volumen era alto y los vecinos incluso sin tener el televisor encendido escuchábamos el acontecer nacional de esta forma. Perfecto ya que podíamos estar haciendo otras cosas, alimentar a los perros, regar o barrer y al mismo tiempo nos informábamos gracias a Dominga.
Pese a su avanzada edad, su teléfono celular había sido incorporado en el WhatsApp del vecindario. Comentaba todo lo que los otros escribían y se daba su tiempo, eran unos relatos largos que casi todos dejábamos en visto, pero uno que otro le contestaba con epítetos cortos: ¡Así es Dominga!”, “¡Buena observación Dominga!”, “Muy buena reflexión, gracias por compartirla, Dominga”. Así no se sentía tan sola.
Cuando Dominga comprendió lo grave del coronavirus, ya no salía al supermercado en su viejo auto y tampoco era habitual viéndola arreglar el jardín. Sola se comunicaba por el WhatsApp. De hecho, a las seis y media ya estaba comentando lo que pasaba en nuestro país y sabía la cifra exacta de recuperados y fallecidos diariamente. Un día nos sorprendimos cuando nos informaba a la misma hora, que en dos días más cumpliría 92 años. “Será un cumpleaños muy solitario”, pensé. Por lo que al mismo tiempo, hice otro grupo de WhatsApp llamado “Cumpleaños Dominga” y puede incluir a todos los vecinos menos a la festejada. Ya la incluiríamos en su oportunidad. La idea era hacer algo sencillo pero emotivo, que no fuera un día igual a los otros, que Dominga tuviera su fiesta de cumpleaños en cuarentena. Especial, pero fiesta al fin. Había que celebrar.
Mi vecina Rosa, señaló en el grupo que era excelente cocinera, que podía hacer una torta de merengue frutilla, que era la preferida de la cumpleañera. Así, el vecino del lado de Rosa, dijo que aún tenía platos de cumpleaños y una vela con un signo de interrogación. El del lado de mi casa dijo que tenía globos del cumpleaños de su mujer que había pasado hace unos meses y los niños de la casa que está al lado de Dominga aún tenían serpentinas, cornetas y pitos para festejar.
Cuando llegó el ansiado día, a las once de la mañana, comenzamos a operar nuestro plan estratégico. Rosa con una torta que se veía riquísima, y con guantes en sus manos y por supuesto mascarilla, la pasó a la casa del lado por la pandereta. Así, ese vecino, la hizo correr hasta que llegó a Pedro que vive al lado de Dominga.
Una vez nos comunicamos y cercioramos que la torta ya había llegado, traspasamos a través de las panderetas lo demás, los globos inflados, los platos de torta, la vela con el signo de interrogación. Los pitos, serpentinas y cornetas las distribuimos entre los vecinos de la misma forma. Tipo once y media, incluí a Dominga en el grupo de WhatsApp.
Miles de WhatsApp en el intertanto, caritas felices, tortas, emoticones, gorritos de cumpleaños… todos expectantes….
Dominga que estaba siempre pendiente del WhatsApp leyó el mensaje “¡FELIZ CUMPLEAÑOS DOMINGA! Sal al patio de tu casa que te tenemos una sorpresa!”
Se demoró un poco, bueno no tan poco, por mi ventana vi que salió al patio con su bata, pantuflas y su mañanita. De pronto todos los vecinos gritamos ¡Feliz cumple Dominga!, la aplaudimos y la torta apareció desde la muralla del vecino.
Dominga dejó su bastón y caminó de a prisa a buscar su torta preferida. Vi que caían lágrimas de sus ojos. Balbuceaba algo que no logré descifrar.
Entonces, la ansiada llamada por videoconferencia a través de WhatsApp. -Es primera vez que la llamábamos así, por lo que Dominga contestó dos veces y se puso el teléfono en su oreja. No entendía que era a través de imágenes, hasta que los niños de Pedro le dijeron: “abuelita Dominga no se ponga el teléfono en la oreja, mire la pantalla es video”. Después de sonreír, Dominga captó y pudo ver a sus vecinos cantándole el cumpleaños feliz. Nosotros también la vimos a través de la pantalla y a muchos se nos quebró la voz, su cara asombrada, su sonrisa de niña y sus ojos humedecidos hicieron que de pronto al terminar de cantar existiera un silencio sin ponernos de acuerdo, oportunidad en la que Dominga dijo: “La vida es un eterno ascender de montañas, pero se hace más fácil con ustedes, que son mi familia. Este es el mejor cumpleaños que una persona puede tener, porque he sentido el cariño y la preocupación. Muchas gracias a todos”.
Nos desconectamos, hablamos de lo hermoso que había sido ese gesto. Una semana más tarde, Dominga dejó este mundo, se quedó en el sueño, un día no nos informó de las estadísticas a las seis y media de la mañana, tampoco contestó nuestros mensajes, llamamos a la ambulancia y ahí estaba plácida y dormida. A veces cuando miro el cielo desde mi ventana, veo una estrella brillante y se que es Dominga resplandeciendo desde algún lugar, cultivando su huerta junto a su amado Néstor.