LAS VOCES DEL COVID
Centro de Humanidades Médicas
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Sanar con palabras
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21 septiembre, 2020
Por Sofía Gilchrist Kausel
s.gilchrist95@gmail.com
@sanar.conpalabras
El olor a café en la mañana, una cerveza fría, dormir, un abrazo, el sonido de la lluvia, no tener nada que hacer, los atardeceres, el pan recién hecho, risas con los amigos, el olor a jazmín, ver una película, una fogata, estar solo, paz mental.
Ojalá que después de esta cuarentena nos demos cuenta que se puede hacer más trabajo desde la casa, que mientras más felices estamos, mejor lo hacemos, que las horas en el colegio son muchas más de las que necesitamos, que podemos aprender cosas que no estén en los libros.
Ojalá nos demos cuenta que estar en la casa no es nada terrible, sino que nos conecta con nosotros mismos y con los demás, nos da tiempo para conocer(nos), nos hace ser creativos, nos obliga a buscar diferentes formas para entretenernos y al final eso nos une, nos nutre y nos hace más felices ¿no?
Ojalá que nos demos cuenta lo importante que es cuidarnos para cuidar, siempre.
¡Todo lo contrario! Te has esforzado, has trabajado duro, has hecho las cosas aun cuando no tienes ganas de hacerlas, te has exigido y seguido. Ha habido días buenos y malos, y no has parado. Hay veces que no te quieres levantar de la cama, pero lo haces igual. Te dan ganas de apagar el mundo, pero ahí estás, dando todo de ti.
Así que oye, descansar no es tiempo perdido, descansar es tiempo para ti.
Podemos sentirnos sin energía, sin ganas. Sentirnos tristes, con miedo y angustia. Está bien estar mal. Está bien llorar. Muchas veces nos obligamos a hacer como si nada porque hemos asociado estar mal con ser débil. Pero está bien demostrarlo y no querer hacer nada. No te anestesies, permítete sentir.
En algún punto, unos antes que otros, hemos pensado que este 2020 ha sido el peor año de todos. Y sí, ha sido un año diferente, exigente, doloroso. Pero ¿está siendo un año realmente negativo después de todo?
Ahora, cuando todo se cae a pedazos, podemos ver las cosas y valorarlas por lo que son. Esas cosas que siempre estuvieron pero que no supimos ver. Quizás solo ahora nos damos cuenta de que podemos sentirnos completos sin llenar vacíos con personas o situaciones. Que lo que realmente vale es conocerse a sí mismo. Que por más que pensemos que lo tenemos todo, no tenemos nada. Que es tiempo de volver a conectar, sin escudos, sin máscaras, sin miedo.
Yo sé, no es fácil soltar todo lo que nos arma, renunciar a nuestra coraza, nuestro escudo; no es fácil, pero es necesario. Dejemos de escaparnos, dejemos de no querer sentir. Enfrentemos lo incómodo, lo inestable, lo doloroso. Sí, es más trabajo; sí, es más profundo; sí, es más denso; pero ¿queremos ser siempre los mismos? ¿Queremos seguir estando dónde estamos? ¿Queremos que todo permanezca igual?
Se nos olvida que a veces tenemos que obligarnos a estar donde no queremos, para trascender, mutar, crecer, florecer.
Este año nos ha permitido cuestionarnos, ver qué sentimos, qué queremos, preguntarnos qué buscamos, qué esperamos, quiénes somos. Nos ha permitido derribar expectativas, aferrarnos a cosas y soltar cosas. Nos ha mostrado la importancia de ser flexibles y poder adaptarnos a los cambios. Nos ha permitido ver que a veces las cosas no siempre tienen sentido, y que hace falta perdernos para ir encontrándonos en un nuevo camino. Este año nos ha mostrado que el fondo es lo importante, y que darle tanta importancia a la forma nos aleja de lo esencial.
Todo tiene un propósito. Este año ha sido todo lo que necesitamos que sea, solo que quizás todavía no sabemos verlo.
Este es nuestro año.
Florezcamos.
¡Por Dios que cuesta decir que no!
Porque quizás nos podrían rechazar o dejar de querer, porque es más fácil decir que sí, porque nos sentimos culpables, o porque intentamos complacer al otro.
Pero ¿y nosotros?
Decir que no, es saber poner límites, es saber qué es lo que estás dispuesto o no a hacer, es conocerte y valorarte.
Decir que no, te libera, te permite ser tú.