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Relatos

Eran las tres de la tarde

María Alejandra Aljaro

Eran las tres de la tarde y se veían las pequeñas bicicletas con sus choferes al volante, las patitas pedaleando a una velocidad que les permitía el viento y el espacio, de vez en cuando echaban un vistazo hacia atrás para estar seguros de que sus padres los seguían y que no se habían quedado recluidos en casa. Era maravilloso poder mirar nuevamente los árboles, y la gente, y los perros, y los otros niños iguales a ellos.

Eran las tres de la tarde y su caminar lento le permitía respirar con mayor facilidad. Los pies sobre el césped de la plaza, que tantas veces miró desde la ventana, hacían que se sintiera enérgico. No era un sueño, porque palpaba la mano de su hijo, mientras el sol pedía permiso al invierno para regalarle algunos minutos de calor al anciano que nunca imaginó salir de su encierro.

Eran las tres de la tarde y las mismas tres amigas, que se miraban cada noche por zoom, se tocaban con esa naturalidad de la juventud y esa alegría desbordante que producía saltos rítmicos del cuerpo y del corazón.

Eran las tres de la tarde, él acomodaba sus anteojos sobre la mascarilla y ella mostraba al cielo sus canas que nunca había dejado de pintar, sin embargo, ahora no le importaba, porque iba del brazo de su amado y habían sobrevivido.

Eran las tres de la tarde, y yo caminaba feliz a comprarme un helado.