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Relatos

Post turno

Cuento los minutos para irme. Le entrego turno al colega que viene. No le prometo nada alentador, pero sí que di mi mayor esfuerzo y le deseo lo mejor.

Empiezo el ritual de cambiar mi sucio uniforme por ropa limpia que traigo en una bolsa. Lavado de manos. Cambio de mascarilla. Lavado de cara. Tomo mi mochila, mi bolsa y mi manta. Marco salida. Alcohol gel. Me subo al auto y manejo rogando que no me toque un control, para llegar lo antes posible a mi casa.

Llego, estaciono el auto, y me bajo junto a todas mis cosas. Recibo el feliz saludo de mis perros, que me extrañan tras 24 horas de ausencia. Me doy el tiempo de contestarles, aunque lo único que quiero es dormir.

Saco las llaves y abro la puerta para encontrarme el rociador con amonio que dejo en el mueble al costado de la puerta. Zapatillas. Amonio. Las dejo afuera de la casa. Llaves. Amonio. Chapa. Amonio. Cierro la puerta. Amonio. Manos. Amonio. Rociador. Amonio. Abro la puerta de la sala de lavado y echo la ropa, la bolsa y la manta en ella y a lavar. Amonio a la lavadora, la puerta, la luz, el detergente. Cierro la puerta. Amonio. Mochila. Amonio. Saco todos mis potes de comida. Amonio. Celular. Amonio. Cargador de celular. Amonio.

Subo la escalera y entro a la ducha. Pienso en que sería genial ponerle una silla para poder sentarme mientras me ducho. Ahora tengo que usar un jabón especial porque la piel de la cara se pone grasienta con el uso permanente de la mascarilla.

Me miro en el espejo. La nariz cada vez más dañada por la presión que ejerce el metal de la mascarilla. Espinillas en las zonas de apoyo de las antiparras. Me echo una capa de crema y me siento para secarme el pelo.

Salgo del baño y está mi marido durmiendo. A él no puedo echarle amonio. Solo lo observo dormir. ¡Qué ironía! Yo pensando en cuándo acabará todo esto para descansar y él, pensando en cuándo acabará todo esto para volver a trabajar. Arrastrando las piernas me acuesto a su lado y cierro los ojos para dormir.

Siento cómo me laten las piernas por la pesadez de las 24 horas de turno. Duele, pero sé que pasará. Aparecen en mi cabeza ruidos. Alarmas. De bombas, de ventiladores, de monitores. Ideas. Cosas que pienso que si hubiera hecho, quizás habría obtenido mejores resultados. Pero después aparecen las otras ideas: “¡No!, decidiste eso porque en ese momento fue lo mejor que pudiste hacer”. Así como le conté a mi colega al entregarle turno: “Di lo mejor de mí. Hice lo mejor que pude”. Y el sueño me gana. En realidad, después de todas esas horas de trabajo físico y mental no era competencia para él (el sueño).

Camila Torres, Kinesióloga Hospital Padre Hurtado y egresada UDD